jueves, 26 de diciembre de 2013

¿NO SERÁ MUCHO?*

El eje, al parecer ha cambiado. Aunque se sabe que sólo permanecen las cosas que se parecen a sí mismas, las que hicieron de la fidelidad a su propia esencia, su razón de seguir existiendo, muchos creen, en este mundo moderno, que el cambio es la razón de ser de todo lo que existe. Mientras para algunos la consigna es seguir siendo uno mismo, del principio al fin, hay otros que creen que esas son tonterías de los que se aferran a un tiempo que pasó y no será nunca más. Dicen que el que no se adapta pierde, lo pasan por arriba, lo dejan a un costado. El peligro es no hacerlo radicalmente. Si un viejo quiere parecer joven, no solamente debe teñirse el pelo, porque eso no será suficiente, debe llevar la ridiculez hasta el extremo, vestirse con ropa de jóvenes, oir su misma música, correr diez kilómetros por día sin cansarse, hablar como lo hacen ellos y mostrar su mismo asombro para algunas cosas e idéntica ignorancia para todo lo demás.
El comercio siempre fue lo mismo, siempre se pareció a sí mismo y a ninguna otra cosa. Se trata de comprar lo más barato que se pueda y vender al mayor precio posible. Con el tiempo, claro, hemos pasado del almacén a la tienda, de la tienda al supermercado, del supermercado al shopping. Que es un gran supermercado con un montón de sucursales de otros supermercados rodeándolo. Algo así como un templo del comercio elevado a la enésima potencia. El comercio por el comercio mismo, desvergonzadamente. El dios Hermes, de los griegos, llevado al pedestal de ídolo máximo de la modernidad.
Los domingos, la sociedad que antes descansaba en familia o se dedicaba a los quehaceres de la casa, postergados por las actividades de la semana, ahora los usa -como se dice- para salir de shopping. Casi una misa. Con sus sacerdotes, que ahora son las chicas que atienden los comercios, sus celebrantes auxiliares, modernos policías privados que le indican a la gente por dónde puede circular y por dónde no. Con un gran dios al que rendirle ofrendas, al contado o a crédito, lo mismo da. Y otro dios detrás de dios, mirándolo todo desde las miles de cámaras de televisión que, ocultas o visibles vigilan todo, para que nadie cause desmanes, para reducir al mínimo la posibilidad de que alguien se lleve algo sin pagar.
Sigue habiendo temor de Dios, nada más que ahora es uno más tangible, visible, cuyos castigos, ¡ojo!, pueden ser a la vista de todo el mundo e inmediatos. Nada de esperar la muerte para ver si uno tiene derecho a sentarse a la diestra del Padre o bajar a los abismos del infierno. Ahora todo es instantáneo. Son castigos o premios light, bajas calorías.
El padre de familia comentará al otro día, en su trabajo, las incidencias de su paseo por el shopping. Lo caras que están las cosas. Qué buena la nueva publicidad de cerveza. Salió un nuevo teléfono celular que reconoce los códigos de barras, una maravilla. ¿Alguien sabe si el próximo domingo actuará algún nuevo conjunto musical?
La mujer comentará a las amigas que no vuelve más al viejo shopping de su juventud y soltería, este que inauguraron la semana pasada es mucho más lindo, más vistoso, tiene más artículos para comprar. Las tradicionalistas le dirán que sí, que muy lindo todo lo que quiera, pero ellas ya conocen el viejo, los empleados son como de la familia, su marido va en ojotas, a sus hijos muchas veces los toman de repositores y a las hijas las contratan para que hagan probar la nueva gaseosa a los clientes, hay que ser agradecidos en la vida, oh, también.
La familia entera recordará con unción la visita del último fin de semana al shopping. Es posible que el padre se imponga como una sacrosanta obligación, un “no nos hagas dejar de pagar la cuota y líbranos del mal, amén”. Y la conversación girará alrededor de lo que se compró o dejó de comprar el domingo. De lo que se deseó y no se compró porque no están los tiempos como para gastos inútiles. De lo que se deseó y no se tendrá jamás, como esas chicas tan bonitas que reparten folletos, todas vestidas iguales, todas hermosas y simpatiquísimas. “Papito, deberías haber aprovechado la oferta que te hizo aquel vendedor, quizás el próximo fin de semana los lavarropas ya cuesten más caros”, dirá el hijo mayor. Y el padre deberá reconocer que la juventud tiene una perspicacia de la que antes carecía.
No muy lejos de allí, en la soledad de la misa de 11, quizás este domingo el cura haya reflexionado sobre las causas por las que los feligreses cada vez vienen menos: cuando bautizan a los niños, los hacen hacer la primera comunión y tal vez si se casan. Después, no aparecen ni por casualidad. Eso que hace mucho que los curas dejaron el latín por imposición de la sociedad. Hubo una euforia transitoria en aquel entonces, porque “en castellano es otra cosa, ahora entendemos lo que se dice”, sostenían muchos. Como no era suficiente, después se pusieron de espaldas al sagrario, de frente a la gente y adoptaron una escenografía más acorde a los nuevos tiempos. Fuera esos viejos púlpitos que hacían que la gente creyera que el cura era un ser superior, allá arriba, ahora todo es con micrófonos, más igualitario. ¿Dónde dice que los monaguillos deben ser solamente varones?, Vamos, vengan las mujeres también a ayudar misa, si al fin de cuentas no es gran cosa. ¿Mujeres con mantilla? Paparruchadas de San Pablo, para qué tantas cosas exteriores si lo de adentro, lo que se siente es lo que cuenta.
Para qué la sotana, hay que ser del mundo, estar en el mundo, trabajar por el mundo. ¿Clergyman, dice usted? No sea antiguo, lo que se usa son camisas estampadas, chombas de vivos colores, pantalón corto, sandalias modernas. Fuera todo ropaje pesado para dar misas, que se vea que es un hombre común y corriente como todos, que sale de noche, tiene amigos, fuma, va de vacaciones, trabaja de algo para tener una jubilación digna, va a fiestas y, en fin, tiene una vida fuera de la iglesia. Mientras cumpla los preceptos, qué le importa a la gente su vida, además.
A pesar de que cambió a la vieja que lee las “consignas” de la misa por una chica más joven y más linda (a veces hasta se pone unas minifaldas que ¡guau!), a pesar de que sacó a las beatitas que manejaban la sacristía al anterior cura y puso jóvenes dicharacheros y felices, a pesar de que sacó todas esas imágenes de santos que le daban una imagen lúgubre al templo, a pesar de que cambió las velas por modernos foquitos de colores, la iglesia está cada vez más vacía, reflexiona el cura.
Y eso que se esfuerza, organiza campamentos, ha puesto tres juegos de ping-pong en el salón parroquial, les habla a los chicos y a las chicas en su mismo idioma y hasta se hizo un tatuaje para demostrarles que no tiene miedo a los asuntos del mundo. Además cambió el viejo cancionero por otro más moderno, con letras y músicas que les copió a los evangelistas de la otra cuadra, se consiguió un chico que toca música de fondo con su clarinete, durante la consagración y a la misma consagración la dice con sus propias palabras, para qué repetir fórmulas viejas, pasadas de moda, si total, lo que importa es el qué, no el cómo.
Empero, cavila el cura, la gente no viene, no se acerca ni a preguntar si vive o ha muerto. Tal vez falte más modernidad. Piensa en hacer de la misa un gran picnic, pero sabe que el obispo se va a oponer. ¿Y si se presenta en todos lados de camiseta malla, como los roqueros, que juntan multitudes en los estadios?, ¿no quedará feo que bautice de pantalón corto?, pero tampoco va a querer el obispo. ¿Y si copiara algunos tics de los medios de comunicación, como anunciar “este casamiento es auspiciado por mercería Marito”? No hay nada en ninguna parte de la Biblia que diga que no se puede, pero le van a tener una envidia bárbara los curas de las otras iglesias, además en cuanto se lo copien, el obispado seguro que se agarra todas las propagandas de Cocacola y los deja a ellos solamente las publicidades de los quiosquitos del barrio. Además, duda el cura ¿vendrá gente con eso?
No muy lejos de su iglesia, como se dijo, el shopping destila vida, tiene luz propia, adherentes y detractores, la sociología lo encara como principal objeto de estudio desde hace décadas, la filosofía hace mucho que lo tiene calado. Violentas proposiciones acerca de la naturaleza de ese templo dedicado a Hermes, que dicho sea de paso es dios de los comerciantes y también de los ladrones, son defendidas en congresos, parlamentos, jornadas, reuniones, cenáculos y grupos de reflexión de la más variada laya.
Piensa el cura: ¿Y si corro los bancos, volteo aquella pared, hago un solo salón grande, divido todo en locales iguales y llamo a los comerciantes para que instalen sus negocios? Sería un pequeño shopping barrial en el que, de paso, daría alguna que otra misa. El drama es que cuando los shoppings se hagan más ellos mismos, es decir, cambien para seguir estando en su ser, teniendo su esencia, su iglesia deberá cambiar también, habrá que estar atento a los nuevos soplos de la modernidad.
Pero, también piensa el cura. ¿Y si?, pero desecha esa idea porque para eso si se necesitaría ser valiente. Aunque, ¿por qué no?, ¿acaso el nuevo Papa no lo permite?, ¿no se ha cambiado la traducción al castellano de la consagración del vino? ¿Si volviera al viejo catecismo?, ¿si afirmara a sus feligreses en la fe de siempre y no en esas adaptaciones que hay ahora? ¿Si les dijera que la misa es la muerte y resurrección de Nuestro Señor, en vez de ser casi representación teatral? En una palabra, ¿si volviera al latín y a la misa tridentina? Está seguro de que su iglesia volvería a estar llena, pero, ¿no será mucho, che?

Por: Nestor Nuñez

Publicado en revista Milo Nº 5, Diciembre del 2011