lunes, 16 de noviembre de 2015

LA COMPLICIDAD DE LA BANCA INTERNACIONAL CON EL NARCOTRAFICO*

Los amos del sistema financiero internacional y los capos del narcotráfico mundial son las mismas personas. En cierta oportunidad se reveló que el comercio internacional del narcotráfico es operado por la oligarquía financiera internacional como un arma política en contra de las naciones soberanas y que una gran porción de la banca internacional se dedica ex profeso al lavado de las ganancias que genera ese tráfico ilegal.

Consideremos por un momento el volumen del dinero en efectivo que los narcos reciben cotidianamente en una zona metropolitana grande; no sólo la suma en dólares, sino el volumen físico de los billetes chicos que la componen. El sólo manejo del dinero es un problema enorme de logística, y, sin un sistema complejo del lavado de dinero, el narcotráfico se asfixiaría en su propio dinero; además sería demasiado obvio que los narcos le despacharan toneladas de billetes de veinte dólares a sus amos de la city de Londres.

La clave para lavar dinero es meterlo a los bancos lo antes posible, en el mercado local. Un método consiste en crear cierto número de negocios, como restaurantes, estacionamientos, casinos, concesiones deportivas y cosas por el estilo que de por sí reciben grandes cantidades de dinero en efectivo. Luego, el narco-dinero se mezcla con los ingresos del negocio y se deposita en sus cuentas bancarias. Una vez que se mete en la banca, el  dinero se puede transferir alrededor el mundo a través de una maraña de bancos y cuentas.

El papel de los bancos en el tráfico de drogas no es nada nuevo, emblemático es el caso del principal banco inglés de la ex colonia de Hong Kong, el infame Hong Kong and Shangai Bank que lava el dinero del opio y la heroína asiática.

Cuando se decidió a emprender el negocio de producir cocaína y marihuana en Iberoamérica, los bancos canadienses fueron los primeros en crear en las islas caribeñas de la Mancomunidad Británica la infraestructura bancaria desregulada  necesaria para financiar el narcotráfico y lavar las utilidades.

Los medios de comunicación quieren hacernos creer que el tráfico de la cocaína lo dirigen los capos de los carteles colombianos y que el comercio del crack es negocio de las pandillas de los barrios bajos, lo cual equivaldría a creer que el cartel petrolero lo dirigen los concesionarios de gasolineras.

En realidad, estos sujetos son eslabones intermedios o bien empleadillos de bajo nivel y, por lo tanto, desechables. Para encontrar a quien regentea realmente el negocio, hay que seguirle la pista al dinero a través de los bancos, a través de los salones de juntas de narcotraficantes, los que ahí sesionan nunca tocan las drogas, pero siempre se llevan el dinero.

Muchos de los personajes que parecían tan poderosos en sus días, no fueron más que testaferros del aparato del dinero sucio de la oligarquía financiera, manejados como títeres para consumo público.

En las raras excepciones en que los sorprenden lavando narco-dinero, los bancos derraman lágrimas de cocodrilo y alegan que fueron engañados por astutos narcotraficantes; si las pruebas son muy comprometedoras, culpan a los empleados del nivel más bajo posible. Pero el hecho es que los bancos no sólo manejan a sabiendas dinero sucio, sino que compiten ferozmente por el negocio.  
   
Actualmente la humanidad se encuentra sumergida en una profunda crisis; el caos impera hoy en día sobre la tierra. Toda la economía se haya envilecida. Los productores se han puesto ellos mismos en manos de su mayor enemigo, el capital financiero. Los creadores de valores en el taller, la fábrica y la oficina perciben un mísero salario. Todo el orden moral y social colapsa a raíz de la difusión de las drogas y la miseria

Si la humanidad quiere sobrevivir solucionando la profunda crisis económica social en que se encuentra, debe ponerle fin destruyendo al complot subversivo que implementa la banca financiera internacional.

                                                                                               Dr. Mario Corvalan 

*Publicado en revista Milo N° 6, marzo del 2012 

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