jueves, 1 de diciembre de 2016

ARGENTINA, SU DERRUMBE: de “Colonia prospera” a “Factoría decadente”

Por: Walter Beveraggi Allende

Podemos dividir la historia argentina en tres grandes  periodos:
1)      La lucha por la independencia (1810-1852)
2)      La dominación británica-liberal (1852-1946)
3)      El yugo sionista (1946…)

La lucha por la Independencia: 1810 - 1852
Nosotros, los argentinos comenzamos nuestra lucha contra los británicos antes de haber alcanzado la categoría formal de Nación independiente.
En 1806 y 1807, el gobierno británico llevó a cabo dos invasiones sucesivas de nuestro territorio, cuando éramos aun una dependencia de la Corona española, y Buenos Aires la cabeza del Virreinato del Rio de la Plata.
Podemos afirmar que el pueblo criollo de Buenos Aires y sus zonas aledañas, al margen de la actitud del propio Virrey y de las tropas coloniales españolas, adoptó una actitud de orgullo nacional, frente a los invasores británicos. Además, los británicos, no obstante haber traído un elevado número de tropas altamente seleccionadas, fueron plenamente derrotados por el recién organizado ejército criollo, que se apoderó de las banderas y estandartes de los británicos, y las conserva hasta hoy como un trofeo nacional.
Llama la atención que un soldado profesional francés, Santiago de Liniers, se convirtiera en el organizador y cabeza del ejército nativo.
Pensamos que en la lucha contra los invasores británicos, estaba en juego algo más, que el mero rechazo de un agresor extranjero.
Los argentinos, como casi todos los hispano-americanos, recibimos de la colonización española lo esencial de nuestra personalidad e inspiración; particularmente la Fe Católica y una ardiente devoción por la grandeza moral y espiritual. Sumado a ello, el régimen colonial español no fue uno de desaforada opresión y despojo.
Por el contrario, la tradición británica, desde el surgimiento del Protestantismo y particularmente el crecimiento de la masonería, durante el siglo XVIII, se había convertido en una fuente de subversión liberal, anti-religiosa, y especialmente anti-católica. Esta posición liberal, materialista, había fructificado ya en la Revolución francesa de 1789 y había influenciado a la monarquía española, desde fines de la misma centuria.
Como consecuencia de ello, desde el comienzo del movimiento independentista en Buenos Aires, antes de la Revolución de mayo de 1810, cuando se estableció un gobierno nacional, dos fracciones estaban irreconciliablemente enfrentadas: 1) los tradicionalistas, grupo católico vigorosamente antimasónico, que favorecía una política de proteccionismo a favor de la industria y de las artesanías locales; y que también apoyaba un sistema político de “federación de los estados provinciales”, antes que un gobierno centralizado (de ahí que se llamara a sus miembros “federales”). 2) los liberales, un grupo pro-masón y pro-británico, que favorecía el “libre-comercio, y todo aquello que pudiera facilitar la infiltración y la “protección” inglesa de las nacientes naciones hispanoamericana; y que estaban también a favor de un gobierno centralizado, llamados por eso “unitarios”.
Los británicos, enteramente derrotados –según dijéramos antes- en sus intentos de invasión, procedieron entonces a infiltrar los sectores cultos de las clases alta y media, asociando astutamente el espíritu de independencia nacional con propuestas liberal-masónicas, acompañadas de la promoción del “libre comercio”, que favorecía sus planes comerciales en el “Nuevo Mundo”, y que atraía también a muchos comerciantes que vivían en Buenos Aires, el puerto principal de Sud América.
El soborno, la ideología liberal, la masonería y la intriga al por mayor, fueron así las herramientas principales mediante las cuales los británicos contribuyeron a desmembrar el antiguo Imperio Español, y a ganar a través de títeres nativos el control de las logias y de los partidos políticos. Cuando todo ello no era suficiente para alcanzar sus objetivos, la intervención armada directa se dispensaba sin demora, en favor de sus aliados nativos, alguna vez en coincidencia y colaboración con intereses imperiales franceses, tal como ocurriera en más de una oportunidad en Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, durante el siglo XIX.

La Colonia prospera: 1852 – 1946
Hacia 1852, el gran caudillo federal, don Juan Manuel de Rosas, quien había gobernado durante casi veinte tormentosos años como un verdadero nacionalista, fue derrotado por una alianza integrada por un buen número de argentinos unitarios, por tropas brasileñas, financiadas por los británicos, y hasta por un aventurero italiano y mercenario liberal, Giusepe Garibaldi, actuando las logias masónicas como “lazo de unión” entre todos estos heterogéneos socios.
De esta manera, a partir de 1852, se concretó la “Organización” institucional de la República Argentina, bajo la promoción y tutela de un grupo considerable y poderoso de masones liberales que operaban bajo la dirección de la Gran Logia británica.
Corresponde aclarar a esta altura que, si hacemos una referencia más bien extensa a la influencia británica en el desenvolvimiento histórico de Argentina, ello se debe a que –Gran Bretaña ha desempeñado desde el siglo XVIII un rol prominente como “punta de lanza” del movimiento sionista mundial, y esta organización ha asumido una influencia decisiva en los asuntos argentinos, en las últimas décadas, tal como lo veremos más adelante.
Estrictamente dentro del molde del “interés británico”, la economía argentina se desarrolló a un ritmo considerable. Se considera que, entre 1875 y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial; Japón y Argentina fueron los dos países que alcanzaron una más alta tasa de crecimiento (en el caso de Argentina, algo así como el 5%, acumulativo por año).
Es interesante hacer notar que las dos guerras mundiales tuvieron el efecto de un estímulo imprevisto para la industrialización nacional. Dado que las importaciones eran difíciles o aún imposible de obtener con motivo de la guerra, hubo que desarrollar rápidamente alguna suerte de industria local, a fin de proveerse de aquello que resultaba prácticamente imposible de obtener en el exterior. Y la ingeniosidad de la gente, unida a la perspectiva de buenas ganancias, hicieron el milagro de impulsar una industria nacional que se gestó al margen de la voluntad y preocupación de todos los gobiernos argentinos, desde 1852.
Para corroborar este criterio bastará decir que, después de la considerable diversificación económica y desarrollo industrial alcanzado durante la primera guerra mundial, el gobierno nacional no hizo nada para preservar el progreso logrado y aun trató de desandar en esa materia todo lo que le fue posible.
De cualquier manera, la economía argentina evidenció un firme y destacable crecimiento, desde 1852 hasta fines de la segunda guerra mundial. La cría de ganado y la producción agrícola aumentaron hasta el punto de que Argentina pasó a ser conocida como el “granero del mundo”. Las reservas monetarias eran elevadas, la moneda circulante fue por largos periodos convertible a oro a una tasa fija (patrón oro incluido) y la estabilidad de los precios era tan notable que el comportamiento del correspondiente “numero índice” resulta favorecido aun en comparación con el de las naciones más industrializadas del mundo.
Aunque Argentina era, económicamente hablando, un “país periférico” –ello es, una especie de satélite de las naciones más desarrolladas- había alcanzado un alto grado de bienestar, con un ingreso “per cápita” muy por encima del nivel medio mundial, y un grado muy ponderable de progreso cultural y social.
Todo este cuadro al que me estoy refiriendo es el que me permite calificar a aquella Argentina como una “colonia prospera”. Hasta entonces, sin embargo, no se habían planteado serias interferencias contra la nación, fuera de aquellas encaminadas a mantener el estado colonial. Y este había sido establecido con la cooperación de una clase dirigente compuesta por liberales, masones, y una oligarquía terrateniente opulenta, que no se preocupaba por el progreso de las masas populares.
En lo que se refiere a los logros económicos alcanzados, no fue difícil ni meritorio llegar a ellos. La riqueza natural del país, unida a una población bien dotada e industriosa, hicieron el progreso relativamente fácil. Por añadidura, una política de crédito abundante y barato, destinada a incrementar la producción, fue el complemento necesario.

El derrumbe de la prosperidad argentina
En líneas generales, Argentina era una nación prospera hacia fines de la segunda guerra mundial, llena de posibilidades de convertirse en unos pocos años en un verdadero “poder mundial”, tal como una brillante personalidad norteamericana –el Sr Archibald Mac Leish- me lo dijo hace unos 30 años atrás.
Argentina había logrado un progreso sustancial en materia de industrialización durante la guerra, como único medio de proveer la demanda interna, en momentos en que la importación de bienes se había tornado prácticamente imposible, y había acumulado también grandes créditos contra países extranjeros, especialmente contra Gran Bretaña, por la provisión de alimentos durante la guerra.
Sin embargo, el curso que argentina siguió, de 1946 en adelante, fue completamente distinto.
En 1946, un demagogo inescrupuloso –el general Juan Perón- fue democráticamente elegido para regir los destinos de la Republica, y esta sórdida personalidad, que se auto-promovió como un temperamento independiente, nacionalista, que había de prestar especial  consideración a las necesidades de los trabajadores y de los necesitados, pronto se convirtió en un dictador ineficiente, que rápidamente introdujo cambios en materia de política monetaria, los cuales pusieron en marcha el acentuado desastre económico que Argentina ha venido sufriendo estos últimos años.
La reforma principal introducida por Perón, poco después de asumir el cargo como Presidente constitucional, fue la de implantar la restricción crediticia para fines productivos y la de elevar substancialmente las tasas de interés bancario.
Esta política, dicho sea de paso, coincidía plenamente con las recomendaciones que poco después el profesor Milton Friedman, un economista sionista de la Universidad de Chicago y ganador del premio Nobel, puso en marcha como la mejor receta “monetarista” para combatir la inflación en cualquier país del mundo.
Pero esa no fue la única coincidencia entre Perón y los sionistas y masones, durante sus diez años de gobierno, entre 1946 y 1955. El –por ejemplo- designó al asumir la presidencia, como Ministro del Interior (el más alto cargo político de su gabinete) al judío-sionista Angel Borlenghi, un dirigente obrero de segunda o tercera categoría que no había tenido significación alguna en el ascenso de Perón al poder; sin embargo, ese personaje fue mantenido en tan importante cargo prácticamente hasta que manifestado como un sostenedor de la educación moral, católica, en las escuelas lentamente se apartó de esa posición después de algunos años, y se convirtió en gran responsable de la persecución y encarcelamiento de muchos sacerdotes católicos en todo el país, así como de la quema de varias de las más importantes iglesias y reductos históricos del catolicismo en Buenos Aires, en junio de 1955.

Abrumadora influencia sionista en Argentina, en las últimas cuatro décadas.
El derrocamiento de Perón, en septiembre de 1955, de ningún modo significó que la influencia sionista dejara de jugar un rol predominante en los gobiernos que lo sucedieron.
Por el contrario, podemos afirmar que esa influencia no solo continuó, sino que se acrecentó considerablemente. Y aun sostener que este es el común denominador de los gobiernos que ha tenido la Argentina en las últimas décadas: sean ellos militares o civiles, peronistas o antiperonistas (radicales, por ejemplo, como los que gobiernan hoy, encabezados por el presidente Alfonsín).
Como consecuencia de ello y en relación con la política económica, ningún gobierno ha cambiado, desde 1955 hasta el presente, la funesta estrategia de mantener “drásticas restricciones crediticias y altas o muy altas tasas de interés bancario”, sin importarles los efectos catastróficos de esta política en la producción nacional.
A comienzos de este año, 1987, escribí un artículo para el Boletín de Educación Económica, publicado trimestralmente por el Instituto Norteamericano de Investigaciones Económicas, con sede en Barrington, Massachusetts.
El artículo tiende a ilustrar, sobre la base de la experiencia argentina, acerca de la “conspiración económica” encaminada a obtener el control mundial global, que los banqueros internacionales están llevando adelante, bajo el liderazgo de David Rockefeller y su “COMISION TRILATERAL”. He aquí algunos párrafos del referido artículo:
“Tal como explico en mi libro, Teoría Cualitativa de la Moneda, ed. Fuerza Nueva, Madrid, 1982, Argentina se desempeñó muy bien –en cuanto a crecimiento económico- a lo largo de más de un siglo (1830- 1945), a pesar de su definida condición de “país agrícola” (productor de granos y carnes), prácticamente desprovisto, hasta la Gran Crisis Mundial, de ninguna industria significativa.
No cabe la menor duda de que la razón esencial de ese excelente y duradero desempeño económico (firme crecimiento del producto nacional real y notable estabilidad de precios) fue la abundancia del crédito, otorgado por el sistema bancario, a muy bajas tasas de interés (muy rara vez por encima del 4 % anual, pero frecuentemente por debajo de ese límite).
Durante ese prolongado periodo, hubo abundantes “desarreglos fiscales”, ello es, déficits presupuestarios del gobierno y emisiones de papel moneda destinados a cubrirlos. Ello no obstante, el crecimiento productivo y la estabilidad de precios siguieron su curso sostenido.
Hacia 1946, coincidiendo con el acceso de Perón al gobierno constitucional, se dispuso un drástico giro en la política monetaria: a partir de entonces, la restricción crediticia y el aumento de las tasas de interés fueron implantados sistemáticamente, basados en la causal de que el año anterior (1945), por primera vez en más de un siglo, había ocurrido un incremento del “índice de precios” próximo al 20 %, pero que no llegaba a ese límite.
Después de 1946, la tasa de inflación mantuvo su nivel o creció más aún. No obstante el hecho de que la política de dinero (crédito) escaso y caro no trasuntaba resultados favorables, la actitud de las autoridades económicas fue la de permanecer en el mismo rumbo: cada día dinero o crédito más escaso y más caro, supuestamente para curar la inflación y la desocupación, aun cuando –como decimos en castellano- el remedio fuera peor que la enfermedad.
Después del derrocamiento de Perón en 1955, cuando la Argentina se asocia al Fondo Monetario Internacional (1957), esta institución presionó para endurecer esta desastrosa política. La restricción crediticia –a través del sistema bancario- fue reforzada en todo el país y las tasas de interés que aplicaban los prestamistas no bancarios (las compañías financieras habían aparecido por doquier, luego de la restricción crediticia bancaria iniciada en 1946) alcanzaban normalmente al 1 o 1,5 diario.
A pesar de todas las restricciones crediticias y monetarias aplicadas hasta entonces, hacia el comienzo de la década del 70 la situación se tornaba cada vez peor: la tasa de inflación promedio, por ejemplo, 1973/1975 sobrepasó del 400 al 500 % por año. La quiebra de empresas aumentaba sin cesar, las tasas de desocupación eran extremadamente elevadas, a pesar del hecho de que, entre 1950 y 1970, de 2 a 3 millones de personas habían abandonado la Argentina, en busca de trabajo y/o un nivel de vida soportable en el extranjero.
Hacia 1976, aun se avecinaba lo peor. Ese año una Junta Militar tomó el poder y designó a José Martínez de Hoz como Ministro de Economía. Este individuo, profesor de la Facultad de Derecho y proveniente de una familia adinerada, resultó un representante sin disimulo de David Rockefeller y su conclave de banqueros internacionales.
El amplio apoyo brindado a Martínez de Hoz por la camarilla militar que estaba en el poder, le permitió llevar la política de “dinero escaso y caro” hasta sus peores extremos. De 1976 a 1981, mientras él condujo la economía de la Nación, las tasas de interés bancario superaron con frecuencia el 400 y el 500 % anual. El capital especulativo extranjero acudió a raudales a la Argentina y algunos miles de millones de dólares provinieron de la bolsa de David Rockefeller. Mientras tanto, exclusivamente para operaciones cambiarias, se mantuvo la moneda nacional fuertemente sobrevaluada, lo cual dificultó gravemente las exportaciones argentinas y facilitó al extremo las importaciones. Para poder mantener ese esquema en funcionamiento, Martínez de Hoz contrató préstamos a sus amigos, los banqueros internacionales, por 30.000 millones de dólares. Y ese es, dicho sea de paso, el origen de la “deuda externa” argentina.
Hiperinflación, descalabro productivo, desocupación y fuerte endeudamiento externo, fueron los resultados de esa vergonzosa maquinaria de subordinación a los dictados de los banqueros internacionales y del socio de estos, el Fondo Monetario Internacional.
Hacia fines de 1983, los militares transfirieron las riendas del poder a un gobierno democráticamente elegido. Pero las características principales de la política monetaria permanecieron intactas, hasta el día de hoy.
Los sobornos y las presiones, administrados por los financistas internacionales, parecen ser un factor tan penetrante con los dictadores militares corruptos como con los gobernantes democráticos corruptos. Este es un hecho que cada día se torna más evidente en nuestro Mundo Occidental. Y tal vez sea la razón por la cual hemos venido sufriendo –durante más de cuatro décadas- esta política suicida, que es buena para los banqueros internacionales y mortal para el pueblo argentino.
Ahora bien, uno puede preguntarse si esta terrible decadencia, desde 1946, puede deberse con exclusividad a la actitud débil y/o a la pura estupidez de los argentinos. Aunque yo lamentablemente debo reconocer que ha existido una dosis de ambas cosas –debilidad y estupidez- de parte de muchos de mis compatriotas, también debo manifestar que el sionismo ha usado eficientes armas complementarias, a fin de obtener los dividendos económicos y financieros, así como el control aludido anteriormente. A estas armas nos referiremos a continuación.

Democracia, dictadura, medios masivos de comunicación y terrorismo, como herramientas complementarias de la estrategia económica y financiera sionista.
En mi opinión, la dirigencia sionista no tiene escrúpulos en cuanto al uso de cualquier instrumento político –no interesa cuan horrible pueda ser- a fin de alcanzar sus metas económicas y financieras.
Sobornar a un dictador y a sus colaboradores inmediatos puede parecer más fácil que sobornar y controlar la cúpula de los partidos políticos, bajo una democracia liberal. Sin embargo, la realidad ha demostrado que la democracia liberal puede ser más conveniente, a través de la financiación y el soborno de la dirigencia de todos los partidos, puesto que un dictador o una camarilla dictatorial, puede no ser enteramente confiable, en especial si el dictador pretendiera, eventualmente, prestar alguna atención a las masas y algún “apoyo popular”.
En mi más reciente libro, “Jesucristo nazi-fascista”, explico con algún detalle cómo y por qué la democracia liberal se adapta mejor a la estrategia sionista, aunque en Argentina ambas, dictaduras y democracia liberal, hasta ahora, han servido por igual a los propósitos del sionismo.
En líneas generales, el más poderoso instrumento complementario del control económico y financiero que el sionismo está logrando rápidamente sobre el mundo entero, es su virtual monopolio, tanto nacional como internacional, de los “medios masivos de comunicación”.
La Argentina muestra en la actualidad el grado de perfección alcanzado por el sionismo en su casi completo control de los medios nacionales de comunicación. En este país, que es el mío, hay un gran número de estaciones de radio y canales de televisión que son públicos, vale decir, de propiedad del gobierno. Esto, en gran medida, facilita la tarea de dominación sionista, porque el sionismo controla al gobierno y, por ende, controla todos los medios de que el gobierno es propietario.
En lo referente a los “medios” de propiedad privada, el problema también resulta relativamente fácil, puesto que la mayoría de los gastos en propaganda son efectuados actualmente por grandes empresas multinacionales y por bancos y compañías financieras, prácticamente todos ellos controlados por los sionistas; por consiguiente, tales entidades pueden interrumpir el otorgamiento de propaganda pagada a cualquier medio de comunicación que no preste atención a sus “sugerencias”.
En la Argentina, por ejemplo, desde 1946, nadie que estuviera privado de la aprobación de la camarilla sionista dominante ha tenido la menor posibilidad de ser incluido en un diario de mucha circulación, menos aun si el candidato era conocido por sus opiniones críticas respecto de las felonías sionistas.
Pero el sionismo puede ir aún mucho más lejos. Su dirigencia puede desacreditar o calumniar personas, cualquiera sea su respetabilidad, con la seguridad de que ellos no serán enjuiciados o penados por ese motivo.
He aquí una prueba práctica: en mayo de 1985, “Clarín”, el diario de Buenos Aires con mayor circulación, se despachó acusando al Dr.  Beveraggi Allende, ello es, al que habla, de “echar a estudiantes judíos del aula en que dictaba clases, en la Universidad de Buenos Aires”. Esta acusación, absolutamente falsa, fue difundida a través de todos los medios masivos de comunicación, incluyendo diario y televisión, por todo el territorio nacional. Yo ni siquiera intenté demandar a los responsables ante los tribunales, porque descontaba que no obtendría ninguna satisfacción o reparación en respuesta a una agresión tan injusta.
A través de lo explicado hasta este punto, el poder de control alcanzado por el sionismo en Argentina resulta verdaderamente dramático: 1) por una parte, el predominio económico-financiero logrado por medio del soborno a dictadores y políticos por igual, en colaboración con la poderosa y bien publicitada red de banqueros internacionales y agencias mundiales asociadas a ellos; 2) el casi completo monopolio de los medios masivos de comunicación, lo que les permite imponer los criterios supuestamente científicos del sionista Milton Friedman y su “monetarismo”, como una receta “curalotodo” contra la inflación y la desocupación, aun cuando esta propuesta mágica sea la mejor sugerencia para hundir a tales países en una espiral infernal de pago de intereses y endeudamiento externo.
Y permítanme recordarles, Señores, que no me estoy refiriendo a una hipótesis abstracta, si no a la triste y concreta experiencia de mi propio país, una nación prospera y progresista hasta hace 40 años, que ha sido reducida en ese lapso a la miserable condición de país deudor y subdesarrollado.
Y puedo añadir que el sionismo ha probado disponer de muchas herramientas complementarias, en apoyo de sus planes opresivos y destructivos. De estas, mencionaré solamente una, extremadamente perversa pero también extremadamente eficiente. Y me estoy refiriendo al terrorismo; al terrorismo en gran escala y altamente organizado, como aquel en el cual los israelíes han probado al resto del mundo ser verdaderos maestros. Y el terrorismo de esta naturaleza puede servir a diversos propósitos estratégicos y tácticos, como se ha puesto en evidencia en la Argentina, donde dirigentes intelectuales y prácticos del terrorismo subversivo incluyen nombres de fama mundial, como los del periodista Jacobo Timerman, y del banquero David Graiver.
El terrorismo manejado por el sionismo fue utilizado en la Argentina para “desestabilizar” gobiernos, tanto militares como democráticos-constitucionales, en las décadas de los años 60 y 70; y también para promover la ideología marxista, pero así mismo para impulsar una “guerra psicológica” de vastos alcances, dentro y fuera del país, destinada –por ejemplo- a culpar a los militares de una total insensibilidad por los “derechos humanos”.
Y la dirigencia sionista que respaldó a Martínez de Hoz como “capitoste” discrecional de la economía argentina entre 1976 y 1981, a través del mismo Martínez de Hoz recomendó a la Junta Militar que gobernaba el país en ese momento que no aplicara el procedimiento legal en la lucha contra los terrorista, sino –en su remplazo- la metodología de la llamada “guerra sucia”.
Pero unos años después, los sionistas -en una campaña de alcance mundial- condenaban a las Fuerzas Armadas en su conjunto, por la aplicación de esa técnica que ellos mismos le habían recomendado a la cúpula militar.
En pocas palabras, el terrorismo científico aplicado, asociado o no con la droga (una materia en la cual el sionismo tiene el liderazgo, tal como en Estados Unidos lo ha probado el Executive Intelligence Review, mediante su libro “Narcotráfico Sociedad Anónima”) puede ser usado eficientemente, tanto para eliminar un adversario molesto como para desorientar completamente al pueblo, desviando su atención de cualquier asunto grave por razones tácticas.
Yo he llamado por años la atención de mis compatriotas, señalando que “el destrozo y vaciamiento económico” de la Argentina, por parte de los sionistas, fue siempre acompañado por una intensa actividad terrorista, promovida también por ellos.



N. de la R.: Conferencia leída en el Instituto de Revisionismo Histórico, de los Estados Unidos, los Ángeles, California, el 9 de octubre de 1987. Publicada en Patria Argentina N° 12, octubre de 1987.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias, estimado camarada, hay que difundir el legado de los maestros. Saludos a nuestro estilo. Dios y Patria

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