Loris
Zanatta es un prestigiado historiador italiano, autor de obras muy difundidas en
nuestro país como “Perón y el mito de la nación católica”, o “Del estado
liberal a la nación católica”; además de numerosos artículos en la misma línea,
en los que aborda la temática del catolicismo, el nacionalismo y el peronismo.
Es el creador de la teoría
según la cual en los años 30 los nacionalistas inventaron el mito de que la
Argentina era católica, teoría a la que no cesa de sacarle el jugo (y junto con
él una legión de repetidores académicos); aunque historiadores de fuste como Enrique
Diaz Araujo la refutaron ampliamente.
Hace unos días, en la edición del 10
de julio de 2021 del diario La Nación, se publicó un artículo suyo titulado “El
nacionalismo, el dogmatismo y la fe ciega matan”, en el que acusa al gobierno
argentino de no comprar las vacunas producidas en EE.UU. por manejarse con “criterios ideológicos”; comparándolo con
“aquellos que no beben Coca-Cola ni escuchan
rock porque son imperiales”.
Esa decisión, que habría condenado a
la muerte a miles de personas, sería la consecuencia de que el actual gobierno
profesa –según Zanatta- un nacionalismo que “desde que el mundo es mundo mata”. Y como ejemplo de ello están
todas “las guerras, genocidios, depuraciones étnicas,
purgas, cruzadas”, etc., que registra la historia.
De ser
correctas estas afirmaciones, no serían ya las múltiples consecuencias del
pecado original el hontanar de todos los males que pesan sobre la humanidad,
sino el nacionalismo; convertido este en el Mal absoluto. Tamaña acusación
merece al menos un par de párrafos de respuesta.
Lo primero que hay que decir de este artículo
es que sus dichos no nos sorprenden para nada, carecen de toda originalidad y
no son más que la reiteración de la vieja falacia utilizada por todos los
enemigos del nacionalismo, que consiste en tergiversar y falsificar a este
movimiento político para así decir sobre él lo que venga en ganas.
En efecto, el punto de partida de
nuestro articulista consiste en confundir, ex profeso y maliciosamente, lo que es
una actitud chauvinista con el nacionalismo.
El chauvinismo es un subproducto de
la Revolución Francesa (hito histórico ensalzado por el liberalismo) que
adquiere la forma de un patrioterismo irracional, que odia a todo lo extranjero
y considera a lo propio superior y destinado a someter a los demás; de ahí que
el chauvinismo va de la mano con la xenofobia y el imperialismo.
En cambio el nacionalismo es
simplemente la expresión política del amor a la patria que se concreta en la
defensa de los intereses nacionales y de la identidad nacional. Por ende el
nacionalista no odia lo extranjero, por ser extranjero, es más, entiende el
nacionalismo de otros pues sabe que estos aman a su patria como la ama el
mismo. El nacionalismo solo reacciona frente a la pretensión hegemónica del
extranjero que intenta someternos o perjudicarnos.
No es este el lugar para hacer
mayores especificaciones sobre este movimiento, y distinguir lo que es la
nación real, que congrega a lo largo de la historia a una estirpe, y a la que
nuestro nacionalismo defiende; de la nación moderna, entelequia mítico -
política de tendencias absorbentes y merecedora de ciertas críticas. Ni para
hacer mayores precisiones sobre las diferencias existentes entre el
nacionalismo liberal, del principio de las nacionalidades, nacido con la paz de
Westfalia; y el nacionalismo inspirado en el Magisterio tradicional y auténtico
de la Iglesia, antiliberal y antimarxista. Basta aquí con señalar que nuestro
nacionalismo recepciona y está abierto a todos aquellos valores universales que
no van en detrimento de nuestra cultura fundacional y de nuestra identidad
nacional. Y no nos referimos solo a los valores
provenientes de la rama de la Cristiandad en la que se origina nuestra nación,
sino incluso a aquellos valores positivos que nos vienen de la vieja cultura
grecorromana pagana.
De modo que nadie que estudie seria y
objetivamente al nacionalismo, al sano y verdadero, no a sus patologías o
tergiversaciones, puede confundirlo con el chauvinismo y la xenofobia.
Tal es así esto que los nacionalistas
argentinos ni siquiera somos anglófobos, siendo que con Inglaterra tenemos
tantas cuentas pendientes. Y no lo somos porque sabemos bien que la Inglaterra
que es nuestra enemiga es la Incalaperra apostata e imperialista, no la vieja
Inglaterra católica de Tomas Moro, o lo que queda de ella. Por eso es que
podemos leer con gran placer a escritores geniales como Chersterton; o a
historiadores lucidos como Hilare Belloc, o hemos aprendido mucho de políticos
como Edmund Burke. Todos ellos ingleses. A la par que estamos orgullosos de
nuestros mejores exponentes culturales, de hombres como José Hernandez, Leopoldo
Lugones, Hugo Wast o Leonardo Castellani.
Y por eso también, es que aun vistos
en la necesidad de hacer frente a la injerencia y a los ataques ingleses, lo
hacemos sin odio y sin fobia alguna.
Pero en su artículo, Zanatta se burla
de todo esto y dice que el nacionalismo “es
la transfiguración de una emoción personal en religión política, en catecismo
comunitario, en ritual totalitario. Es síntoma de un complejo no resuelto, una
deficiencia emocional, una enfermedad infantil no curada. Una estupidez
dogmática”.
Dejando de lado los epítetos que
pródigamente lanza el historiador italiano contra el nacionalismo; lo segundo
que queremos decir del artículo que comentamos es que todo su discurso tiene un
propósito claro: convencer a los argentinos de que toda idea de independencia política,
toda pretensión de soberanía, lejos de ser una aspiración legítima, una “épica”,
es en realidad “grotesca”; y que por ende nos debemos quedar tranquilos en
nuestro lugar de país subordinado y empobrecido porque la verdad es que no
tenemos ningún enemigo. Nadie se lleva nuestros recursos y el fruto de nuestro
trabajo. Toda injerencia extranjera y toda satrapía local a su servicio, no es más
que una imaginación de los nacionalistas.
Para Zanatta, no existe en los países
poderosos ninguna intención hegemónica sobre los países débiles, ni existe el
deber y la vocación de defender a la patria. Por eso afirma con ironía que los
nacionalistas “creen obedecer, a
las leyes de la historia que piensan custodiar, a la “liberación” que anuncian
como profetas. ¿Liberación de quién? ¿Profetas de qué?”
Soslayando el
hecho de que todos los países que se convirtieron en potencias lo hicieron con políticas
nacionalistas, asegura que las ideas nacionalista logran “el efecto contrario al anunciado: muerte en lugar de vida, dependencia
en lugar de soberanía, injusticia en lugar de equidad, pobreza en lugar de
prosperidad.”
Nuestra
aspiración de un destino mejor es para Zanatta “el eterno retorno del
mito de la Argentina potencia en perenne guerra contra sinarquías imaginarias,
víctima de tramas inventadas, blanco de enemigos en realidad indiferentes.”
Y paramos aquí porque refutar todos
sus dichos tomaría más que un artículo. Por el momento basta con dejar en
evidencia que todo lo dicho por este prestigioso académico es una diatriba que
nace de una falacia madre, es decir que parte y se sostiene de un error, de una
conceptualización falsa del nacionalismo, que le permiten sostener toda la
retahíla de ganzadas y de acusaciones falsas que dice sobre el nacionalismo.
Como por ejemplo la de sostener que estos gobiernos kirchneristas, que atacan
todo lo que el nacionalismo defiende, tienen algo que ver con el nacionalismo.
En conclusión digamos que, como
señaló con toda propiedad el historiador Javier Ruffino, al ocuparse de una de los libros de Zanatta, toda la obra de este académico tan reputado, es pura “sanata”,
es decir puro discurso aburrido e insolvente. El problema es que en un país
subordinado ideológicamente (como dice Marcelo Gullo) la sanata paga y se torna
interminable.
*Abogado y Profesor de historia.
Publicado en revista Gladius N° 111