miércoles, 12 de septiembre de 2012

EDITORIAL MILO Nº 3


El nacionalismo y la revolucion cultural

Los nacionalistas argentinos tenemos por delante no solo el tremendo desafío de construir una herramienta política que nos permita poner al Estado al servicio de la Nación; sino que además, y a tenor del tremendo impulso que en los últimos tiempos ha tomado la revolución anticristiana, debemos arbitrar los medios para librar una guerra de índole cultural.

 En efecto, no solo la sociedad política esta controlada por los gerentes del Poder Mundial; sino también lo esta la denominada sociedad civil.

Esto se ve claramente en el ámbito de la cultura y especialmente en los “think tanks” (o como corresponde, “laboratorios de ideas”); lugares en donde predominan las tendencias disolventes de la contracultura neomarxista y gramsciana.

Estas expresiones ideológicas financiadas por el supracapitalismo, a pesar de su apariencia contestataria, no son más que los últimos detritos del Iluminismo; y como tales su función principal es la de corroer el Orden Natural e impedir cualquier reacción en contra del Sistema de Dominación.

Es por esta razón que los nacionalistas nos vemos en la obligación de realizar en forma perentoria, y con los modestos medios a nuestro alcance, diversas acciones de resistencia frente a una cultura hegemónica y totalitaria de signo adverso.

Es cierto que en el pasado el nacionalismo logró mucho en el ámbito de la cultura, sobre todo en el terreno historiográfico, sin embargo hoy todo ello se ha perdido.

Prueba de lo que afirmamos es la aceptación – o por lo menos la falta de reacción- por parte de nuestra sociedad de las numerosas leyes anticristianas hoy vigentes (incluyendo las por venir), así como la decadencia del sistema educativo y la podredumbre que divulgan los medios de comunicación.

Salvo rarísimas excepciones, que en general son marginales, todo lo que actualmente se respira en el ámbito de la cultura esta contaminado.

En todas las producciones culturales campea el más crudo materialismo, antropocentrismo e inmanentismo.

Muy poco queda de la cosmovisión trascendentalista y teocéntrica que moldeo nuestra cultura fundacional y nuestro Ser Nacional.

La revolución anticristiana, desatada con la locura francesa de 1789, ha ido destruyendo una a una las instituciones cristianas y los valores que vertebran a toda sociedad sana.

Y si bien la tarea la comenzó el liberalismo decimononico y la masonería; a partir de la segunda mitad del siglo pasado fue el marxismo el que gradualmente ha ido desmantelando la mentalidad católica de las sociedades occidentales y el sentido común del hombre moderno.

Instigadores de esta faena fueron hombres como Antonio Gramsci y los miembros de la escuela de Frankfurt, Max Horkheimer, Teodoro Adorno, Herbert Marcuse y compañía; los cuales advirtieron que la revolución bolchevique no triunfaría, ni se mantendría en el poder, si antes no destruían el sentido común de la humanidad y eliminaban aquellos vestigios de cultura cristiana que aun quedaban en el siglo XX.

A partir de entonces todos los ataques contra la Fe y el orden natural tienen como principales ejecutores a estos personajes que generalmente ocultan su ideología haciéndose llamar progresistas; y que en nombre de los derechos humanos y de la libertad han impulsado la destrucción de la familia, el matrimonio homosexual, la liberalizacion de las drogas, el aborto, la eutanasia y el auge de todo tipo de aberraciones e inmoralidades.

De modo pues que la tremenda crisis moral por la que atraviesa nuestra sociedad no es una simple y coyuntural corrupción de las costumbres sino el resultado de la aplicación de doctrinas que promueven una verdadera revolución cultural de contenido anticristiano. De ahí la necesidad de encarar con seriedad una labor cultural destinada a difundir y defender la Verdad y la Belleza, dos de los nombres del Dios que odian los revolucionarios.

De más esta decir que plantear esto no significa desentendernos de la militancia política; a tenor del conocido adagio: formación para la acción, en la acción.

Efectivamente, si queremos que el Estado argentino se ponga al servicio del bien común y de los intereses nacionales tenemos que incidir en el ambiente en cual se forma la clase dirigente de nuestro país. Y dado que nuestros políticos no vienen de otro planeta, sino que salen de esta sociedad, de este pueblo, y de esta cultura; no tenemos otra que enfocarnos en esta tarea.

Recordemos que en el orden natural de las cosas la política domina a la economía, y a su vez la cultura determina a estas dos. Por eso los gobiernos y los planes económicos pueden pasar fácilmente, mientras que la cultura queda. Y esto es tan así que hasta el enemigo lo comprendió.

Edgardo Atilio Moreno
En la madre de ciudades

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