En un aspecto –digamos- intelectual, lo que
nos viene pasando a los nacionalistas es sencillamente maravilloso. En todas
las discusiones políticas, serias o de las otras, podemos decir claramente, sin
equivocarnos, “nosotros ya lo habíamos dicho”. ¿Qué hay matrimonio homosexual y
la progresía pseudo zurda viene por el aborto y el libre manoseo de chicos? Lo
venimos advirtiendo desde la década del 70. ¿Que los militares que actuaron en
la guerra contra la subversión serían condenados y todos ellos con Jorge Rafael
Videla a la cabeza serían considerados monstruos nazis? También lo advertimos
casi desde el día siguiente de su asunción. ¿Qué había desaparecidos y que se
debía dar a conocer su situación por una cuestión elemental de valentía? Nos
hartamos de repetirlo durante y después del Proceso ¿Qué la Argentina sería
gobernada por una cáfila de oportunistas a los que sólo les importaría el lucro
personal? Eso no solamente lo afirmábamos, sino que lo sabíamos todos:
marxistas, derechistas, nacionalistas, comunistas, socialistas, franquistas,
demócratas y republicanos de aquellos tiempos.
Y seguimos.
Cuando los viejos nacionalistas se
comenzaron a ir para el lado de Tata Dios, no faltó el que preguntó
inocentemente quiénes quedaban. La respuesta lógica fue “nosotros”. Quienes
sostienen que el pensamiento nacional puro no tiene nuevos ideólogos, nuevas
camadas de pensadores, por lo menos de la talla de los hermanos Irazusta, Raúl
Scalabrini, Arturo Jaureteche y tantos otros, ignoran o se hacen de no saber
que aquellos grandes ideólogos dejaron trazado el camino. Es decir, hemos
librado todas las grandes batallas en el campo del pensamiento sin haber
perdido ni una. Por eso la prensa de aquel tiempo nos aplicó la mafiosa ley del
silencio, que tanto espanta ahora a los que creen que es un invento moderno. Es
cierto que cambiaron los tiempos, por eso en Milo nos ocupamos de asuntos que tienen que ver con la actualidad,
pero lo hacemos aplicando aquella matriz intelectual que nos legaron los
grandes maestros. Y por eso el nacionalismo nuestro habla con voz santiagueña,
porque no podemos negar de dónde somos y cuál es la realidad que nos toca en
suerte.
Los inventos modernos, intenet, la
telefonía móvil, los avances en el campo de la medicina, el uso de la técnica
nuclear para la generación de energía y en la órbita de la ingeniería cada vez
más especializada, los inmensos edificios -monumentos cuasi babélicos- que se
construyen hoy, nada de eso ha movido un milímetro la esencia del hombre, que
sigue siendo el mismo de 5 mil años antes de Nuestro Señor, cuando aprendió a
escribir sus hazañas y miserias, sus batallas y su paz.
La guerra que se libra ahora, de la mano de
otros modernos ensayos, como los postulados de lo políticamente correcto, es
contra la misma esencia del hombre. Los enemigos han mutado de una forma que no
lo hicieron durante toda la existencia del hombre sobre la tierra. Porque,
vamos, durante milenios hemos sido nosotros contra los vecinos, pero unos y
otros nos considerábamos iguales en la Tierra aunque fuera ante distintos dioses.
Y teníamos siempre presente que pensar distinto era un derecho nuestro y de los
demás. Ante esto no existían ni siquiera las restricciones de las leyes. Por un
lado pareciera que hemos vuelto a una infancia del mundo, luchando por nuestros
derechos de ser hombres distintos de las mujeres. Y quien diga esto podría ir a
la cárcel por haber atentado contra el sagrado postulado de lo políticamente
correcto.
El modernismo pretende transformar el
hombre en un ser andrógino, en un hermafrodita huero que sirva solamente a su
propio placer. Ni siquiera el hedonismo considerado como una satisfacción de la
propia concupiscencia sino como algo más allá, una moral a imponer a los demás
como si se tratara de la única aceptable. Condenando las demás, por supuesto.
La batalla, en cierta medida, se alivianó.
Ya no son pesados académicos de este lado, tirando argumentos contra pesados
académicos del otro lado. Ahora hay marionetas al frente, marionetas
peligrosas, es cierto, títeres con poder, payasos pintados literalmente al
gusto de cierta moda que ensalza la mariconería extrema, que pretenden que
nosotros y nuestros hijos respetemos sus gustos degenerados. No aguantan una
discusión somera de un nacionalista de 15 años y por eso acuden a sus
representantes en foros a los que saben que no asistiremos para imponer leyes
que lleven su degeneración a la categoría de orgullo.
Por eso, en cierto sentido, la batalla es
más fácil (son “pichitas”, dice el santiagueño). No saben que en el fondo del
pueblo, al que mantienen encadenado a sus televisores de 6 de la tarde a 2 de
la madrugada, yace un espíritu sano de gente que mal que mal, sigue pensando
que sus hijas mujeres es más lógico que se casen con varones y les den nietos y
que sus hijos varones gusten de las mujeres y también ayuden a agrandar la
familia.
Nuestra tarea en ese sentido ahora no es
tan difícil, sólo se trata de rascar un poco el alma de nuestros conciudadanos
para mostrarles que en realidad podrían estar mejor, solamente si pensaran un
poco cómo estaban hace treinta o cuarenta años, o cómo vivían sus padres y sus
abuelos, hayan sido del partido que fueren. Porque hasta los buenos hijos o
nietos de socialistas de antaño han de coincidir en que no era esto lo que se
buscaba en esas épocas. El fin del socialismo no era el de imponer sus ideas
por medio de la corrección política actuando solamente a favor de los actos
contra natura de quienes son ahora los árbitros del gusto sexual de los
argentinos.
Ya nadie nos discute si Leonardo Castellani
tenía razón o era cura atrabiliario y tuerto o si las biografías de Manuel
Gálvez estaban sesgadas de un espíritu católico que a muchos espantaba o si, en
fin, habían hecho bien o mal los hermanos Irazusta al desentrañar los
negociados del régimen o si Cabildo es -o era, porque no sé si se sigue
editando- una revista que servía a ciertos intereses de la cúpula castrense del
Proceso que luego navegó aguas debajo en un mar esquivo y proceloso. A quién le
importan nuestros libros o la mucha o poca preparación que tengamos para discutir
lo que importa en la Argentina. Lo primero que preguntan ahora los guardianes
de la nueva moral es si uno está o no de acuerdo con que ciertos hombres y
mujeres con la sexualidad mal definida tienen derecho a ser felices.
Escribo estas líneas mientras aparece en
los diarios de Santiago que un tal Marcelo Ahumada Bulacios, antepone su
condición homosexual, antes que cualquier otra consideración sobre su trabajo
en un museo de la ciudad. Relata que lo tomaron como director de ese museo por
ser homosexual, sin haber presentado previamente ningún currículum que lo
acredite como idóneo para estar en ese cargo. Con lo que da a entender que ya
ha llegado el tiempo en que cualquiera que presente como antecedente laboral
que tiene la sexualidad al revés está habilitado para el cargo. Abogados
ilustres de Santiago y gente de toda laya se conduele por la suerte de este
hombre que, sin embargo, a cada rato en sus escritos sostiene que fue nombrado
en su cargo, solamente por ser homosexual.
Que nadie diga que no es fácil ser
nacionalista ahora. Vender un periódico que sale cada dos meses, a solamente
cuatro pesos, para ver desarrollados los principales asuntos que nos preocupan
a los santiagueños y a los argentinos, es un trabajo que hubieran envidiado
nuestros padres y abuelos. ¿Nadie tiene un vecino que piense medianamente de la
misma manera? Bueno, por allí se empieza. Hay que recorrer el camino de la
reconstrucción del nacionalismo, montado en las contradicciones de un régimen
que -créase o no- no funciona en todas partes como en la Argentina. Quienes
señalaban al Brasil como ejemplo de Sodoma o Gomorra ahí lo tienen, sus
legisladores no aceptan la mayoría de los postulados que aquí se tienen como
los únicos ciertos.
En la próxima reunión, como antes, habría
que proponerse que cada camarada lleve un amigo. Es la única forma de retomar
el camino cuesta arriba de la recuperación del nacionalismo. La única
diferencia es que ahora cualquiera conoce a alguien que piensa parecido. Lo
demás, la doctrina, los postulados, la lógica de la defensa de los intereses
nacionales, viene después.
Salute.
Nestor Nuñez
*Publicado en revista Milo N° 6, marzo del 2012